Se declaró que Dios había muerto y aunque seguía vivo, no se manifestaba Su Vida en los hombres a través de Sus siervos, porque éstos habían caído en la frialdad de la religión ritual, habiendo abandonando las manifestaciones genuinas de la verdadera piedad, salvándose de esta catástrofe revolucionaria el país de Inglaterra, porque vivía un avivamiento espiritual lleno de generosidad y obras sociales (como el famoso Ejército de Salvación, entre otras muchas).
Hoy, el diablo vuelve a tomar la iniciativa por idéntica razón, aunque con diferente bandera: El Humanismo. Disfrazado de luz y más sutil que la anterior, esta filosofía diabólica proclama que el único Dios que existe es el hombre y que la bondad humana puede arreglar el caos mundial de hambre y miseria, creando gigantescas asociaciones humanistas, que, por orgullo, hacen lo que nos correspondería hacer por amor a los cristianos. Incluso, algunos gobiernos envían millonarias ayudas a países necesitados, en un despertar de solidaridad humanista que entraña suprimir del género humano todo concepto de pecado y de condenación o salvación.
La obra social que ha de hacer el Cuerpo de Cristo en la tierra, debe ir pareja al evangelismo y ha de ser de unas dimensiones inmensas, pues la necesidad es galopante y por ella, se consumen muchas almas, vendiéndose al diablo y maldiciendo a Dios por su situación, cuando los cristianos somos solidariamente responsables, como enviados a ellos por Jesucristo, para prosperarles y bendecirles, sacándoles de su miseria, para que vean que Dios les ama y se preocupa por ellos. ¿Qué lo haga Dios mismo? El se ha limitado a obrar por medio de Sus hijos que somos Sus embajadores.
La justicia social distributiva es enseñada en la Palabra de Dios, según dos factores: Se debe repartir a las personas, en primer lugar según su necesidad, porque dar algo a alguien que no lo necesita. En segundo lugar, según sus méritos, pues el que siembra escasamente, ha de cosechar escasamente y viceversa, por lo que a mayor mérito (Virtudes, entrega, sacrificio, etc.), corresponde mayor distribución, porque sabrá administrarla mejor y como premio equitativo a su dedicación (como en el Reino de los Cielos, en donde habrá un reparto de coronas diferentes).
Hay tanto que hacer, que no podemos pasarnos los días reuniéndonos a engordar en los cultos, cultivando nuestro intelecto religioso y haciendo enramadas espirituales, para ser ovejas que, por su grosura, ni paren ni empreñan, ni dan leche, ni dan nada, y que, más bien, son estorbo y tropiezo en el plan de Dios de avanzar hasta lo último de la tierra.
Multitud de seres humanos están atrapados en el mundo por las drogas, el hambre, la violencia, la prostitución, la homosexualidad, la depresión, la soledad, las enfermedades mentales, la delincuencia, y toda clase de miserias que y utiliza el diablo para marginar de Dios a los seres humanos, oprimiéndoles y enterrándoles en vida en su oscuridad y desesperanza, ¿Quién les rescatara?
Por otra parte, si somos pescadores de hombre, hemos de aprender a pescar con el mejor cebo, que es el amor sincero, Ágape, compasivo y generoso, dándonos por entero, material y espiritualmente, a los hambrientos y sedientos y, de seguro, que en estos bancos de peces humanos, gran número de ellos morderán el anzuelo alegre y confiadamente. Cuando los jóvenes testifican de su conversión, coinciden en su mayoría que llegaron a los Centros, llenos de incredulidad y duros de corazón, pero que, al encontrar en nosotros un amor puro y desinteresado, sin trampa, transparente, que perdona día a día, que nunca imaginaban que existía en este mundo superegoísta, fueron bajando sus barreras de desconfianza y perdiendo su agresividad, para abrir sus corazones a Aquel que producía tal amor en nuestras vidas y, así Jesús entraba en ellos para transformarles de la ruina a las riquezas celestiales, de la esclavitud a la libertad, de la maldad a la Santidad, de la condenación a la Vida Eterna, de la enfermedad a la salud, haciendo de ellos templos vivos del Espíritu Santo.
Son absolutamente necesarias las obras sociales de los cristianos, como testimonios, porque hoy en día, más que nunca, la gente está harta de teorías religiosas y quiere hechos, pues hechos son amores y no buenas razones; como decía Santiago: “…YO TE MOSTRARÉ MI FE POR MIS OBRAS”, Santiago 2:18.
La cuarta columna la forma LA ECONOMÍA DEL REINO. La construcción de las cuatro columnas es muy costosa económicamente, en especial la Obra Social y, aunque Dios no tiene problemas con el dinero, sino con las personas que en su libre albedrío se resisten a Su Voluntad, y podría hacer llover sobre Su pueblo monedas de oro en lugar de lluvia, de la misma manera que envió maná a los israelitas en el desierto, no le agradan los vagos y no estamos en el desierto hoy día, sino rodeados de inmensas posibilidades de obtener, legítimamente, aunque con duro trabajo, el maná de cada día, para suplir a todos los necesitados que acudan a Él
Nosotros somos el cuerpo de Cristo y miembros los unos de los otros y la superficie que ocupan en el cuerpo, la boca, la nariz, los ojos y los oídos que encarnan los ministerios principales, es muy pequeña comparada con el resto del cuerpo y, por lo tanto, son pocas las células que los componen, mientras que los brazos, hombros, espaldas, piernas, manos y pies, etc…., forman la mayoría de la extensión del cuerpo y aunque no son cara, no dejan de ser importantes y necesarios. Pero, lo que pasa, es que en el Cuerpo Místico de Cristo hay mucha cara y todo quieren estar en la boca, produciendo un engendro de bocaza que se lo traga todo; o nariz de elefante, trompa discernidora de los errores doctrinales u olfatómana, de oler demonios por todas partes; o bien, orejas de elefante, que escuchan y archivan sin cesar, probando todo viento de doctrinas, cayendo en confusiones y paralizándose en indecisiones; o bien con ojos tan grandes y que nunca se cierran, que te ven la arruga en la camiseta y la mancha del calcetín, asfixiando a todo el que entra en su amplísimo campo visual.
El Señor quiere formar con nosotros un cuerpo armónico, equilibrado y hermoso, en el que no todos están llamados a estar en la cara, pero sí lo están todos a servir al Señor, según los talentos que recibieron, tanto naturales como espirituales; de tal forma, que pueden ser carpinteros, fontaneros, albañiles, médicos, abogados, etc… y serlo para y por el Señor, no trabajando en estos oficios por la comida que perece y por la nómina a final de mes, «…SINO POR LA COMIDA QUE A VIDA ETERNA PERMANECE…». Juan 6:27, como copartícipes de la extensión del Reino de los Cielos, edificando escuelas, clínicas, residencias de ancianos, comunidades, o participando en empresas cristianas, en las que el único accionista es Cristo, para generar bienes que financien la construcción de las cuatro columnas por todo el mundo.
Hay tres clases de empresas en el mundo: Las diabólicas, propiedad de los incrédulos, cuyos beneficios se dedican a aumentar los males del mundo (despilfarros, perversiones viciosas sin número, sobornos, abusos de poder, etc…). En segundo lugar, la de cristianos, que pertenecen a convertidos que viven aún bajo la ley y diezman y ofrendan con sus beneficios, pero que andan estrechos y escaso para Dios. En tercer y último lugar, las empresas cristianas, que pertenecen 100% a Cristo y Suyos son, por tanto, todos sus beneficios para desarrollar Su Plan: Estas últimas, son las que hemos decidido emprender, para financiar la Obra del Señor, pero siempre con su gerencia continua sobre ellas, pues: «SI JEHOVÁ NO EDIFICARE LA CASA, EN VANO TRABAJAN LOS QUE LA EDIFICAN; SI JEHOVÁ NO GUARDARE LA CIUDAD, EN VANO VELA LA GUARDIA». Salmos 127:1. Jesucristo como Presidente de estas compañías y como único accionista, es el que ha de dirigirlas, para generar, entre otras maneras, la provisión en favor de la visión que nos ha dado.
Así, con esta amplia visión, orando al Señor en cada paso y pidiéndole perdón cuando no le consultábamos, impulsados por el entusiasmo y la presunción juvenil, que se mezclaba casi imperceptiblemente con nuestra fe, iniciamos la construcción del edificio, sobreedificando con las cuatro columnas como directrices y sobre el único fundamento estable que es Jesucristo, utilizando para ello oro, plata y piedras preciosas, aunque a veces, con algo de hojarasca y de madera que pronto se quema y ha de ser reemplazado, pero, con la completa seguridad que da la fe de que el Arquitecto que nos dirige es Jesucristo.